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17/04/2016


En el enorme y complejo entramado de opiniones políticas que se entretejen tanto en la Argentina como en otros confines del globo, resulta innegable la profunda división que aqueja al tejido social. Esta fractura, lejos de conferir fortaleza, nos deja en una posición de vulnerabilidad cuando se trata de hacer valer nuestro derecho constitucional de exigir cuentas a nuestros dirigentes. La sociedad, inmersa en una vorágine de acusaciones y reproches mutuos, parece no advertir que esta dinámica solo sirve para socavar aún más su cohesión. Los poderes políticos, sagaces en sus estrategias, encuentran en esta división el terreno fértil donde afianzar su control sobre las masas.

Resulta sorprendente, aunque no del todo inesperado para aquellos que observan con detenimiento el devenir político, que incluso individuos que se consideran intelectuales y distantes de la ignorancia sucumban ante los juegos de la división. El viejo adagio del "Divide y Triunfarás" parece cobrar renovada vigencia, trascendiendo barreras sociales y educativas. Incluso aquellos que abogan fervientemente por la diversidad de pensamiento y la tolerancia caen presa de la tentación de vilipendiar a sus semejantes por discrepancias ideológicas.

Más preocupante aún es la hipocresía que se vislumbra cuando aquellos defensores de la igualdad y la libertad de expresión se convierten en los primeros en lanzar ataques contra aquellos que disienten con ellos. Esta dualidad de criterios mina los fundamentos mismos de una sociedad democrática y abre la puerta a formas veladas de totalitarismo en nombre de la defensa de una ideología.

Resulta evidente que el poder político está alcanzando niveles alarmantes de corrupción y desgaste. Esta corrupción no se limita a un partido político específico, sino que permea todas las esferas del gobierno. De no tomarse medidas drásticas para contrarrestar esta tendencia, la sociedad se avizora un futuro sombrío de división y conflicto, donde la confianza en las instituciones se desvanece y la cohesión social se desintegra.

Ante este panorama, surge la imperiosa necesidad de buscar caminos que nos conduzcan hacia la reconciliación y la unidad. La empatía se erige como la herramienta fundamental en esta empresa. Incorporar la empatía como asignatura en todos los niveles educativos, tanto públicos como privados, puede sentar las bases para una sociedad más comprensiva y solidaria. La empatía nos permite conectar con las experiencias y emociones de los demás, incluso cuando difieren de las nuestras, y nos impulsa a actuar en consecuencia, desde un lugar de comprensión y respeto mutuo.

Es hora de que la sociedad en su conjunto revalúe sus valores y prioridades. La búsqueda del bienestar individual no puede prevalecer sobre el bienestar colectivo. Solo unidos podemos superar los desafíos que enfrentamos como sociedad y construir un futuro más justo y equitativo para todos. Es momento de dejar de lado nuestras diferencias y trabajar juntos hacia un objetivo común: una sociedad más inclusiva, tolerante y compasiva.


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