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11/01/2017


Cuando uno logra, por motivos, que a veces, se escapan a nuestra percepción sensorial, poder llegar a mirar el propio Alma que emana desde una persona retratada dentro de una “simple” fotografía, evento este, que por medio del cual, nos lleva a que nuestros ojos se llenen de lágrimas, y a que nuestra piel se erice en toda su extensión, y a que nuestros labios se separen cada vez más y más, como dejando a la vista, el penetrante poder de Unión que fluye desde aquella fotografía, desde aquella persona retratada en una “simple” imagen, pero, esa simple imagen, como si fuera un lugar intermedio entre dos mundos, separados por el tiempo y por el espacio, logra transmitir la esencia fundamental de esa persona, su ser, complejo y evolucionado, su espíritu flameante e inextinguible, su Luz, imposible de captar con nuestros ojos abiertos, su Maestría, imposible de escuchar con nuestros oídos dispuestos, su fragancia, imposible de capturar por la eventualidad de nuestro olfato, sus palabras, imposibles de responder por medio de las nuestras, porque el silencio conformado desde aquella imagen, la que separa dos microcosmos, -en el tiempo y en el espacio, ambos bajo un mismo cielo de estrellas-, nos puede mostrar todo, o nos puede mostrar... solo una imagen; depende, únicamente, de en qué nos basaremos para mirarla, si confiamos en lo que proviene desde el mundo de lo sensible, o confiamos en lo que proviene desde el mundo de lo intuitivo, ese mundo, al que se podrá acceder, únicamente, y de tal manera, en que aquellas dos conciencias, la que se encuentra retratada en la imagen, y la que, desde la distancia, la observa como si estuvieran uno frente al otro, vibren en armonía. Aquellos dos microcosmos, solo están separados por la distancia que el observador pueda llegar a comprender, al momento repetitivo de contemplar nuestra reveladora imagen, y que puede ser lejana, si solo logra ver, simplemente, una persona retratada en una foto, o bien, cercana, como si percibiera su propia presencia en todo su espectro de su inherente humanidad, más allá de pensarla como un conjunto de trazos y colores, plasmados ellos, sobre un blanco papel, o sobre una vislumbrante pantalla.

Al observar una imagen, con una persona en ella, si dicha imagen logra ocasionar todo lo anteriormente expresado, y mucho más, podría significar que, esa Magna intuición, sea una perfecta dualidad, mirada desde los 4 puntos cardinales, y desde el Cenit al Nadir, intuición aquella, que se cumpliría en ambos extremos del tiempo y del espacio, como una deslumbrante demostración, de que el tiempo y el espacio, son solamente... una ilusión... y que una “simple” fotografía, puede acercar a dos seres humanos, tan cerca, pero tan cerca, que aquella imagen, solo se constituya como una aparente ventana, abierta de par en par, en donde uno es el otro, y el otro… es uno.


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