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22/07/2023


La interacción humana es un fascinante reflejo de las diversas dimensiones de la condición humana. Al adentrarnos en las redes sociales, como Facebook, podemos percibir cómo algunos individuos, a pesar de su aparente rectitud y buenas costumbres, se ven corroídos por la envidia hacia aquellos que parecen destacar por sus logros y creaciones. Es un fenómeno impresionante y, al mismo tiempo, triste, que nos lleva a cuestionarnos cómo fomentar una convivencia ética en una era donde el individualismo y las banalidades parecen prevalecer.

La envidia, al igual que la hipocresía, se ha vuelto una piedra angular que amenaza la estructura de una sociedad basada en valores sólidos. Aquellos que, en lugar de actuar y crear, se someten a sus egos y optan por eliminar a quienes sobresalen, desperdician su inmenso potencial. Cada individuo, en promedio, posee el mismo potencial para marcar una diferencia en el mundo, pero la diferencia radica en la forma en que decidimos emplear ese potencial. Al enfrentar la hostilidad de aquellos que han cedido al poder de sus egos, surge una cuestión fundamental: ¿cómo podemos inculcar en nuestra sociedad el valor del altruismo? El altruismo, entendido como una noble convicción arraigada en la conciencia, puede ser la barrera que nos proteja de la corrupción y nos encamine hacia la verdadera filantropía. Es esencial preguntarnos qué tanto altruismo se encuentra en quienes ocupan puestos de poder y liderazgo. Aquellos candidatos con una motivación verdaderamente altruista serán menos susceptibles a la corrupción y más inclinados a actuar en beneficio de la comunidad. Sin duda, la filantropía es un pilar fundamental de las buenas costumbres, y solo a través del altruismo genuino podremos construir una sociedad más equitativa y próspera.

La convivencia ética y la coexistencia de diferentes perspectivas son pilares fundamentales para el progreso de una sociedad. No deberíamos temer a aquellos que vuelan alto, sino admirarlos y aprender de ellos. En lugar de competir por aplausos vacíos, deberíamos trabajar juntos hacia un bien común, reconociendo que cada individuo tiene su propia y valiosa contribución. Dentro de este marco, es crucial que los jóvenes que recién comienzan su camino en la vida tomen conciencia de la importancia de detectar y resistir la tentación de sucumbir a la envidia y al egoísmo. El empoderamiento individual y el desarrollo de habilidades creativas son esenciales para alcanzar nuestras metas y, al mismo tiempo, mejorar la sociedad en su conjunto.

Así como una plomada mide con precisión la verticalidad, el altruismo actúa como una guía moral para mantenernos firmes en nuestras convicciones y acciones. No podemos permitir que los intereses personales desvíen nuestro rumbo hacia la ruina. Debemos trabajar juntos para fortalecer el tejido social, asegurándonos de que aquellos con verdaderos valores éticos lideren el camino y sean un ejemplo para los demás.

La envidia y el egoísmo son obstáculos que amenazan la convivencia ética en nuestra sociedad actual. La práctica del altruismo verdadero, fundado en convicciones profundas, es el antídoto para erradicar estas actitudes negativas y encaminarnos hacia una verdadera filantropía. La convivencia ética es la clave para edificar una sociedad sólida y resiliente, donde cada individuo pueda volar alto sin temor y sentirse contenido entre iguales. Es hora de reflexionar y actuar juntos para evitar que los templos de las buenas costumbres se conviertan en meros recuerdos, y en su lugar, construir un futuro próspero y armonioso para todos.

Lic. Nelson J. Ressio.


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15/06/2023


Esa pregunta que a veces dejamos inconscientemente relegada en un rincón de nuestra mente es: ¿por que solemos airarnos con el prójimo, con el próximo, solo por tener diferencias? ¿Será que esa ira proviene de ciertas diferencias de pensamiento, como por ejemplo, por diferencias sociales y culturales, o por diferencias de credo, o por diferencias del color deportivo, o por diferencias políticas, o por diferencias raciales, o por diferencias de sexo, o peor aún, por todas ellas en conjunto?

La ira y el odio generados inútilmente por esas diferencias, llevan al ser humano, a cometer necedades innecesarias y totalmente antagónicas a lo que debería ser una sociedad libre y justa. Libre de ataduras psicológicas (como las descritas arriba) y justa, en el sentido de que todos sus integrantes iluminen a los demás por medio de una fuerza muy poderosa, la cual, hoy en día, es pasible de un gran olvido y desinterés, y que es la Tolerancia. Y esto solamente para empezar a mejorar como sociedad.

Pues las enseñanzas milenarias de quien, entre muchos otros, fue un Gran Ser Tolerante, deben hacer reaccionar al ser humano mediante el uso del raciocinio, y no por el efecto de aplicar dogmatismos, los que se terminarán derrumbando por su propio peso, y preguntándonos firmemente todos los días; valiéndonos de las enseñanzas de ese Gran Hombre de carne y hueso, hijo de la unión carnal de una Mujer y un Hombre (y no de una mujer y un espíritu), y Maestro de maestros, el cual fue Jesús; ¿el porqué a veces procedemos de tal o cual manera negativa con el prójimo, por el solo hecho de tener aquellas diferencias? Las diferencias nos deben construir y no destruir, ya que, por una innegable naturaleza evolutiva (y no por el designio de una deidad omnipresente y antropomorfizada por religiones creadas por humanos) somos eminentemente, seres de razón, podemos pensar, sacar conclusiones, y hasta prevenir eventos futuros gracias a los hechos del pasado, con lo cual, razonablemente siempre podremos hacerle frente; sin confrontamientos pasionales, y solo por medio del uso del pensamiento objetivo; a esa tan inevitable diversidad humana.

En nuestra travesía por la existencia, nos encontramos con una cuestión que a veces relegamos al confín más oscuro de nuestra mente: ¿por qué sucumbimos a la furia y nos enredamos en enfrentamientos con nuestros semejantes tan solo por nuestras diferencias? ¿Será que esta ira brota de las variaciones en nuestros pensamientos, ya sean sociales, culturales, religiosas, deportivas, políticas, raciales o de género? ¿O quizás, de manera aún más preocupante, sea una amalgama de todas estas discrepancias la que desate tal arrebato emocional?

La ira y el odio que surgen de forma fútil debido a estas disparidades nos arrastran hacia acciones insensatas y totalmente contrarias a los principios de una sociedad libre y justa. Anhelamos una sociedad liberada de las cadenas psicológicas que antes mencioné, y anhelamos justicia en el sentido de que cada individuo brille con una fuerza poderosa conocida como Tolerancia. No obstante, lamentablemente, en la actualidad, esta virtud se encuentra sumida en el olvido y el desinterés generalizado. Por lo tanto, es imperativo que empecemos a mejorar como sociedad desde estos fundamentos.

Las lecciones milenarias impartidas por aquellos que, al igual que muchos otros, personificaron la grandiosa virtud de la Tolerancia, deben incitar a la humanidad a reaccionar de manera razonada, en lugar de caer en dogmas que inevitablemente se desmoronarán. De este modo, debemos cuestionarnos diariamente con firmeza, basándonos en la sabiduría de aquellos grandes hombres y mujeres que han encarnado la Tolerancia a lo largo de la historia. Estas figuras ejemplares, en su diversidad y grandeza, nos enseñan que nuestras actitudes negativas hacia nuestros semejantes, motivadas únicamente por sus diferencias, son contrarias al bienestar colectivo. En lugar de destruirnos, nuestras diferencias deberían convertirse en el cimiento sobre el cual edificar una sociedad inclusiva y próspera.

Es innegable que la evolución humana, impulsada por nuestra capacidad de razonar y reflexionar, nos permite enfrentar la diversidad con objetividad y sabiduría. A través del pensamiento lúcido y la consideración respetuosa hacia las diferentes perspectivas, podemos tejer un entramado de comprensión y armonía. Debemos abandonar los enfrentamientos pasionales y adoptar una mentalidad abierta que valore la diversidad humana como una fuente de enriquecimiento y aprendizaje mutuo.

Se torna esencial entonces, el reconocer el valor trascendental de la Tolerancia como motor de una sociedad justa y libre. Al despojarnos de prejuicios y estereotipos que nos dividen, podremos labrar un camino hacia la convivencia pacífica y la coexistencia armoniosa. Es mediante la aceptación de la diversidad y el fomento del diálogo constructivo que alcanzaremos un futuro en el que el respeto y la comprensión sean los pilares que sostengan una sociedad equitativa y próspera.

Lic. Nelson J. Ressio.

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