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15/12/2017


Ni la sociedad, ni el hombre, ni ninguna otra cosa deben sobrepasar para ser buenos los límites establecidos por la naturaleza.

Hipócrates.

"Mi libertad se termina donde empieza la de los demás."

Santo Tomás de Aquino. 



Una de las tres grandes luces de nuestra Querida Orden Masónica, la que nos invita a percibirla ante nuestro entendimiento, para que sea utilizada correctamente, por nosotros y sobre nosotros, como Obreros de nuestros propios templos de virtudes, durante el duro, pero imparable proceso que nos conduce hacia nuestra auto-construcción, hacia nuestro auto-conocimiento, hacia el preciso instante en que comprendemos hasta donde podemos llegar con nuestros actos, para poder vislumbrar y no traspasar nuestros propios límites, durante momentos ciertamente remediables, en los que invadimos los límites ajenos, como efecto resultante de no ser conscientes de entender hasta donde somos capaces de llegar con nuestras acciones y palabras, hasta donde entendemos que aquellas fuerzas tiranas provenientes desde lo profundo de nuestra psique, denominadas egos, nos podrán llevar hacia el rectificable acto de invadir conciencias que no nos pertenecen, y además, a dañar susceptibilidades ajenas, a que aquellos egos nos eleven injustamente por sobre nuestro prójimo, nuestro próximo, a que nos quieran llevar directamente hacia el anteponer y hacia el prevalecer nuestros puntos de vista respecto de una idea determinada, por sobre las de aquel prójimo, porque debemos comprender, doliéndonos del trabajo con Mazo y Cincel, que nuestros puntos de vista, se deben encontrar delimitados y contenidos por el efecto de los incontables puntos de vista de los demás, es decir, que ciertas ideas no deben ser invadidas por otras ideas ajenas, y viceversa, quedando cada una de ellas, contenidas y rodeadas por los límites externos de las demás ideas circundantes, aunque es perfectamente entendible y propio de uno de las tres lemas fundamentales de la Masonería, y que es la Libertad, de que las ideas expuestas a nuestro prójimo, que nos circunda en todos los ámbitos de nuestra vida, sean el fruto del pensamiento y de la intuición, producido éstos gracias a la ausencia de toda atadura psicológica y de falta de empatía, y no así, por la acción de aquel ego, en sus diferentes facetas, que nos conducirá indefectiblemente a que confundamos nuestros límites con los de los demás; a que seamos los invasores de terrenos psicológicos ajenos, con lo que esto significa; a que nos adueñemos, en un rapto de distracción propio del accionar de los egos, de sensibilidades que no deben ser dañadas por el accionar del reparable acto de no saber manejar la rama alejada del centro de nuestro compás psíquico, ya que es muy necesario el mantenernos lo mas cerca posible de dicho centro; a entender que los pensamientos ajenos no merecen ser divididos a la mitad por la línea trazada con aquel compás que delimitan los nuestros; esos egos, esos muy poderosos egos, que en todo momento nos quieren gobernar y descentrar, hasta intentar ser soberanos en terrenos ajenos, simplemente nos alejan de la verdadera misión que tenemos como constructores de nuestros Templos de Virtudes, de nuestro entender hasta donde podemos llegar, de nuestro saber que si bien nuestras acciones tienen un punto de partida central, las mismas no pueden sobrepasar lo que en geometría se denomina como radio, y nuestro radio, Queridos Hermanos, es la única distancia de doble sentido que deben recorrer nuestros actos e ideas, con el objeto de no interactuar con los radios de nuestro prójimo, y esa clarísima línea que nos aleja del centro, pero que mantiene “a raya” nuestros egos dentro del límite que nos brinda el círculo, esa innegable línea recta, que representa tanto nuestra conciencia como nuestros egos, pero que también nos dice que cuanto mas cerca estemos del centro, -razón de ser que le da el otro extremo o rama del compás-, mas cerca estaremos de brindar nuestras ideas y nuestros actos de forma positiva, real y verdadera, y que cuanto mas lejos nos encontremos, nuestros egos comenzarán con sus acechanzas, resultando con ello, en que las apariencias y las falsas interpretaciones sean las causantes de que aquel radio que nos mantenía dentro de nuestros centrados límites, invada y coaccione con los radios que demarcan terrenos ajenos, por lo que, aquella herramienta psicológica, y que tiene su equivalente arquetípico en el mundo de las cosas, es el Compás queridos hermanos, nuestro mágico y muy poderoso Compás, y no digo mágico y poderoso porque dicho elemento representativo de nuestros límites, contenga poderes intrínsecos, todo lo contrario, ya que solo representa la magia y el poder que debemos tener dentro de nosotros mismos, y que poseemos en nuestra psique, ya que dicho elemento de geometría; el cual nos lleva desde la dualidad de las bajas pasiones (del 3 y del 6, valores de ambas ramas), -como los mencionados egos-, hacia la unidad que representa el extremo superior del compás, debido a que éste pináculo, reúne lo disperso, junta y armoniza los extremos, unifica lo que se encuentre cercano a los límites o puntos externos del radio… en definitiva, este extremo superior y unificador (el cual posee el número del GADU mismo, el nº 9), nos hace comprender; ni mas ni menos, que aquel radio conductual que contiene nuestras ideas y actitudes, unificadas éstas, en dirección a la cima y por medio de ambos extremos o ramas del compás; nos hace entender qué tan cerca nos encontramos de ser los perfectos moderadores de nuestros propios actos.

La moderación, que nos simboliza aquella parte superior del compás, representa nuestro esfuerzo y nuestra actitud que empleamos en el duro acto de reunir lo disperso, de eliminar aquellas falsas apariencias e interpretaciones subjetivas, deshacernos de ese “suponer” que nos crea ideas ilusorias y percepciones equivocadas; esa cima, personifica al acto mismo de juntar las bases psíquicas de nuestra conciencia e inconsciencia (3 y 6), representada por la línea geométrica del radio, de manera tal, de que la conciencia del Uno, del Si-mismo, de nuestro Yo (del 9), sea lo único que constituya nuestra vida en relación con el prójimo… con nuestros semejantes.

A ese compás; a ese elemento de madera o mental, que no hace otra cosa que realzar una imperfecta y doble moral, regidas por el 3 y el 6, hacia la Luz de la unidad y de la sabiduría, hacia el propio Cenit, regido por el 9. el G:.A:.D:.U:., y que cada uno de los distintos límites que nos tracemos por medio de él, en el camino de la auto-medición de nuestras piedras psicológicas; a dicho elemento, tanto arquetípico como geométrico, debemos imprimirle la mayor firmeza y voluntad que podamos, para ir construyendo nuestro templo de virtudes, desprovisto éste, de las débiles e irregulares piedras que representan los malos hábitos, de los vicios cedidos a la debilidad de nuestra indudablemente perfectible forma de ser, de toda pasión que se relacione con lo vulgar y que deshonra la perfectibilidad del ser humano, y de cualquier otro acto que agravie, tanto a nosotros mismos, como también a los demás.

Ese elemento mágico y poderoso, por su representación arquetípica en nuestra mente, delimita el verdadero y único espacio de nuestros derechos, respecto de los derechos de nuestros semejantes, ya que nuestros actos, para con nuestros semejantes, deben guardar el mayor respeto, consideración y estima hacia ellos, ya que también, éstas tres virtudes, brindadas desde la cima de nuestra conciencia, nos retornarán hacia nosotros desde los demás, y de la misma manera en que partió hacia aquellos. El compás representa la única guía arquetípica que delimita nuestras acciones conscientes. Si no nos basamos, tanto dentro de nuestra Orden Masónica en general, en nuestro Taller en particular y también en el mundo Profano, en lo que representa el compás, tomaremos decisiones y cometeremos actos equivocados, que nos llevarán a vivir una vida repleta de susceptibilidades ajenas dañadas y de humillaciones para con nuestro prójimo.

El compás, Queridos Hermanos y Lectores, para terminar, lo debemos tener siempre presente, en todo momento y a toda hora, de cada día de nuestras vidas, horas éstas representadas por la regla de 24 pulgadas, e imprimiéndole la fuerza del Mazo y la dirección y la voluntad inteligente del Cincel, y con la rectitud de conducta de la Escuadra, basados todos ellos en la moralidad que nos brinda el Libro de la Ley, le haremos frente e identificaremos a aquellos egos que a cada momento nos quieren reemplazar nuestro bello y muy arquetípico compás y a todo lo que él representa; sostenido éste desde la mano creadora del Gran Arquitecto del Universo; esos egos siempre querrán reemplazar nuestros límites, por un inoportuno y funesto símbolo de amoralidades.

En la Masonería, la frase “Empeñar la palabra de honor”, representa, precisamente, a lo que ese 9, ese Cenit o esa cima del compás nos está simbolizando, es decir, al trabajo de construir y perfeccionar nuestra moral, para cumplir, con el mayor decoro posible; día tras día, desde el día hasta la noche, desde el levante hasta el poniente, desde el Oriente hasta el Occidente, desde la rama del compás que se apoya en el centro del círculo, hasta la que describe el límite de éste; cumpliendo con orgullo, como decía antes, nuestras promesas y juramentos, dentro y fuera de la querida Orden Masónica.

Y para saber el porqué, el Compás representa, por medio de sus dos ramas, a los números 3 y al 6, y su pináculo, al número 9, le mi otro artículo a este respecto.

Nelson J. Ressio.


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