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09/11/2013

La Libertad (con mayúscula) es una supra-virtud, respecto de la cual cada ser humano debería anhelar poseer, y actuar consecuentemente para llegar a poder alcanzarla en su máxima expresión, a fin de que, esas mentes, -dominadas por dogmas carcelarios, de toda índole, prácticamente desde el nacimiento-, presientan en sus mas profundos pensamientos, que no dependen de "nada, ni de nadie" que intente encarcelarlos ideológicamente, independencia ésta, que no significa deslealtad en absoluto, sino que representa a una coraza de autoprotección contra aquellos dogmas y contra las nefastas ideologías. Y encerré lo anterior entre comillas, ya que, hasta el día de dejar nuestro envoltorio material, la mente humana, todavía estará atada por diversos sentimientos, como por ejemplo, el miedo a diversos sufrimientos, y hasta el miedo a la muerte -pero no a la propia- sino a la de un ser querido, ya que, ese miedo, el cual es un tanto egoísta -e inevitable-, a la vez, es un miedo carcelario del que el ser humano no podrá escapar jamás, por su propia naturaleza emocional y evolutiva. 

Por tal motivo, la Libertad nunca será total, podremos liberarnos de la basura de los dogmas de todo tipo, como los dogmas políticos, los dogmas religiosos, los dogmas ideológicos -y no confundir ideología con ideal-, los cuasi-dogmas deportivos, y un gran etcétera; pero no nos podremos liberar del miedo constante a perder a un ser querido. 

Podremos si, apaciguar ese miedo, hasta dejarlo relegado en el fondo de nuestra conciencia, pero siempre estará allí, acechándonos hasta el día de la liberación de nuestro cuerpo material. Podremos estar convencidos de la inmortalidad del alma, de que seguimos siendo los mismos, luego de la muerte, como una especie de mente cósmica o universal fusionada en la mente del Todo, pero, allí estará siempre ese miedo a la partida de un ser querido. Esta es la última cadena de la cual es muy difícil, -casi imposible diría yo-, de liberarse. 

Otra gran causa de que nos sintamos atados por medio de pesadas cadenas que coartan nuestro derecho natural a ser libres, es la gran cadena creada por nuestras propias acciones. Sí, aunque parezca un poco exagerado, nuestras acciones; compuestas por nuestros gestos, nuestras palabras, nuestros deseos, nuestros sentimientos, nuestros descuidos, nuestros olvidos, nuestras omisiones, nuestros recuerdos, nuestras insinuaciones, nuestras inseguridades, nuestras intensiones, nuestros vicios... nuestras sombras... y todo aquello que constituyen nuestras propias máscaras psicológicas...; y mucho mas, juega un papel muy importante a la hora de que aquel sentimiento; el de estar encerrados en una cárcel de cristal, bajo innumerables cadenas psicológicas; nos aplaste por medio de su incesante furia carcelaria.

Con lo anteriormente dicho, es menester convencernos constantemente a nosotros mismos de que, un instante antes de que aquellas variadas acciones hagan erupción provenientes desde lo mas profundo -del interior de la tierra-; o sea, desde algunas de nuestras máscaras psicológicas; las escudriñemos por medio de la razón pura. 

Es cierto que esto último es muy difícil, ya que, el poder llegar a controlar nuestras acciones, aquellas que emprendemos sobre nosotros y para con los demás, justo antes de que las expresemos y lleguen a destino, se corresponderá únicamente al propio autoconocimiento, a que tan bien nos conozcamos a nosotros mismos, al nivel de conciencia que poseamos respecto de cada una de nuestras máscaras, a la cantidad y calidad de horas de espiritualidad en silencio que le dediquemos periódicamente a nuestra propia existencia -y no a la existencia de una deidad invisible-, al nivel de empatía y respeto que le ofrezcamos a nuestro prójimo... a nuestro próximo, a la humildad que brindemos a la hora de subsanar un error para con el otro, o bien para reconocer nuestros egos. Es difícil, es cierto, pero hay algo muy útil para ello, y que se denomina: hábito, y que por medio del cual, el intentar mantener la razón siempre por delante de la acción, repetitivas veces, hasta el día de nuestra muerte, no estaremos haciendo otra cosa que aprender de nosotros mismos, pulir nuestras imperfecciones conductuales, y por último romper la mayoría de las cadenas, y escapar, sintiéndonos libres de aquella cárcel de cristal que nos mantenía apresados. El aplicar el hábito a nuestro uso de razón por sobre nuestras acciones, no hace mas que asfaltar nuestro camino hacia aquella tan ansiada Libertad.

En razón a todo lo anteriormente expresado, si bien no existe la Libertad completa del ser humano, si o si deberemos esforzarnos, mediante el constante uso de esa gran herramienta de instrucción que se denomina: hábito, hasta poder alcanzar aquella Libertad... rozarla mínimamente... sentirla... muy... pero muy cerca de nuestro propio interior, -y por medio de nuestros brazos psicológicos bien alzados-... aunque sea... llegar a tocarla con la punta de nuestros dedos.



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